Jardín en West Kensington se convierte en un espacio seguro para residentes que buscan “soberanía” en el norte de Filadelfia
El Jardín Comunitario César Andreu Iglesias se ha convertido en la sede de la resistencia popular, donde se reúnen para compartir inquietudes y unirse contra la gentrificación.
West Kensington continúa cambiando y, junto con él, los terrenos verdes y baldíos en la comunidad.
El vecindario del norte de Filadelfia, que está siendo muy afectado por gentrificación la última década, estuvo activo durante el último año, a pesar de la pandemia, mientras continuaban las nuevas construcciones y se producían protestas contra el desarrollo de bienes raíces.
Fue el epicentro de mítines y celebraciones en torno a estos proyectos, incluso después de que se abandonaron los planes para desarrollar un complejo de apartamentos de gran altura a lo largo de American Street. El proyecto se canceló debido a preocupaciones por la pandemia, la oposición de la comunidad, posible contaminación ambiental en el sitio y para permitir que la comunidad esté incluida en lo que se construirá en el antiguo corredor industrial.
A pesar de la victoria, activistas y residentes desde hace mucho tiempo continúan lidiando con complicados procesos legales y la burocracia gubernamental para tratar de evitar que sus casas, patios y jardines, muchos de ellos ubicados en propiedades de la ciudad, sean arrebatados por los desarrolladores.
El Jardín Comunitario César Andreu Iglesias, en la esquina de las calles North Lawrence y Arlington, se ha convertido en la sede de la resistencia popular, donde se han reunido desde 2012 para compartir inquietudes sobre el uso de la tierra del vecindario y sus experiencias con los desarrolladores, para completar papeleo para proteger propiedades, y para organizarse y unirse.
Ahora, a medida que los casos de COVID-19 caen en picado y llegan las vibras del verano, los residentes de la región, especialmente los mexicanos y centroamericanos del sur de Filadelfia, están utilizando el Jardín Comunitario César Andreu Iglesias como un espacio verde abierto donde pueden reencontrarse con la naturaleza, practicar la soberanía alimentaria y reunirse para las costumbres tradicionales latinas.
Además de servir como la base del movimiento anti-gentrificación del barrio, los 40 lotes que conforman el jardín se están utilizando para organizar celebraciones de cumpleaños, talleres de papel maché para niños, clases de escritura de poesía y bailes aztecas durante eventos del calendario celestial. Los habitantes de la ciudad y los suburbios también visitan el jardín para cocinar barbacoa en un horno subterráneo comunitario y para plantar cempasúchil, girasoles, moco de pavo, cilantro, tomates, chile, frijoles y maíz azul y amarillo.
César Viveros, muralista mexicano y uno de los miembros del comité de educación del jardín, dijo que el sitio se ha convertido en un terreno común para personas de todas las religiones y razas, especialmente para niños negros y latinos sin patios ni espacios en los que puedan jugar sin correr peligro.
“Esto pudo haber sido otro montón de basura o un complejo de viviendas que nadie en la comunidad puede pagar”, dijo. “En cambio, es un lugar donde los de abajo, el 99%, pueden unirse, disfrutar sin temor a ser juzgados y crear el futuro que quieren para sus hijos”.
El jardín, que lleva el nombre de un novelista puertorriqueño, también se le conoce como Little Tenochtitlán, una localidad indígena que hoy es el centro histórico de la Ciudad de México. Los miembros de la comunidad han organizado una entidad sin fines de lucro llamada Iglesias Gardens Co., con subcomités que trabajan para hacer un uso sostenible de la tierra, educar sober ello y tratar de protegerla legalmente de un posible desarrollador.
Ha sido limpiado y trabajado durante los fines de semana desde finales del año pasado por 45 miembros de la comunidad y residentes de lugares tan lejanos como Aston y el norte de Delaware.
Herendira Zamacona, de 35 años, del sur de Filadelfia, ha estado trabajando en los cultivos de maíz desde principios de abril. Su padre, un agricultor de México, le enseñó a cosechar cuando era adolescente. Unos 16 años después, dijo que el jardín le ha dado la oportunidad de volver a tocar la tierra.
“Aquí tenemos la libertad, la soberanía, para expresarnos en todas nuestras formas posibles”, dijo. “Aquí ya no somos extranjeros”.
Zamacona trabaja junto a Mara Henao, Susana González, Rosa Ruíz, María Rosas y sus hijos para sacar la maleza, cavar y plantar sin sistema de riego. Las ceremonias de cocina de barbacoa, con carne de res, cordero y conejo, comienzan a las 3:00 a.m. cada dos fines de semana. La mayoría de los talleres y presentaciones se llevan a cabo durante eventos comunitarios, cuando los residentes del vecindario predominantemente negro y puertorriqueño de West Kensington pueden participar.
El jardín comunitario ha sido financiado principalmente por las personas que lo utilizan. Los organizadores piensan colocar cercas de madera alrededor de las parcelas y construir una gran escultura de girasol para albergar un sistema de retención de agua de lluvia.
Ivonne Pinto-García también trabaja la tierra. Después de vivir en el sur de Filadelfia durante más de una década, dijo que este jardín le ha dado momentos para “ahogar las penas” de la frustración por la pandemia.
“Ninguno de nosotros sabíamos cuánto necesitábamos este lugar hasta que llegamos aquí, y espero que sirva de ejemplo para replicar en la ciudad, especialmente durante estos tiempos frustrantes”.
A pesar de que el Philadelphia Land Bank ha aprobado la entrega de alrededor de 20 propiedades a Iglesias Gardens Co., el jardín todavía está en riesgo.
Adam Butler, quien ha estado trabajando en el comité de seguridad de la tierra para Iglesias Garden Co. desde 2018, dijo que la organización sin fines de lucro tiene alrededor de seis meses más de trámites y procedimientos con el Ayuntamiento hasta que puedan reclamar la propiedad formalmente al Land Bank.
Leslie Fuentes, una organizadora comunitaria del jardín, dijo que la difícil situación ha sido larga y frustrante para los residentes puertorriqueños de la zona que no hablan inglés. Fuentes agregó que se siente muy bien de tener un espacio al aire libre donde las personas de la comunidad pueden disfrutar de la comida y las costumbres que les gustan en un ambiente seguro y amistoso.
“Sabes, la tierra pertenece a quienes la trabajan y, aunque todavía estamos luchando por ella, es asombroso que personas de todos los orígenes se unan para proteger este terreno, que es tierra de indígenas”.