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Pedaleando hacia la Universidad de Pensilvania

Si no fuera por mi bicicleta, no tendría manera de cumplir las grandes promesas que le hice a mi comunidad, y nunca me habrían admitido el mes pasado en la Universidad de Pensilvania.

Sarahi Franco-Morales, al centro, posa a lado de sus padres, Martin Franco y Dora Morales, en Filadelfia, Pensilvania. La familia depende de sus bicicletas como medio de transporte.
Sarahi Franco-Morales, al centro, posa a lado de sus padres, Martin Franco y Dora Morales, en Filadelfia, Pensilvania. La familia depende de sus bicicletas como medio de transporte.Read moreTyger Williams / Staff Photographer

Mi madre llama a la suya La Poderosa. A la mía, yo la llamo mi alma gemela. Mi papá, el más práctico entre nosotros, la llama su bicicleta.

Somos una familia inmigrante mexicana-americana que vive en el sur de Filadelfia y somos orgullosamente propietarios de tres vehículos que caben en el pasillo de nuestro humilde hogar. Nuestras bicicletas no tienen pedigrí, son callejeras, armadas de piezas de Schwinn, Trek y Cannondale.

Mi padre se ha convertido en un experto en encontrar bicicletas desechadas, evaluarlas en busca de piezas reciclables y armar modelos que representan lo más innovador de la industria de las bicicletas. Así que no es de extrañarse que trate a mi vehículo de dos ruedas como parte de la familia.

Después de todo, si no fuera por mi bici, no tendría manera de cumplir las grandes promesas que le hice a mi comunidad, y nunca me habrían admitido el mes pasado en la Universidad de Pensilvania.

¿Cómo puede una bicicleta hacer todo eso? Déjame explicar.

No fue hace tanto tiempo que viajaba detrás de mi padre en el asiento para niños que montó en su bicicleta pocos meses después de mi nacimiento. Desde la parte trasera de la bici de mi papá, me familiaricé con los barrios de la ciudad, sintiendo los caminos llenos de baches cerca de nuestro vecindario y las superficies perfectamente pavimentadas en otras áreas más bonitas, en las que nuestras bicicletas andaban sin esfuerzo.

Esas calles tranquilas se convirtieron en nuestros lugares favoritos para pedir dulces en Halloween. Ahí es donde llenaba mi mochila de Dora la Exploradora con caramelos, una recompensa por todo el pedaleo que se necesitaba para llegar ahí. En los días de recolección de basura, en esas mismas calles sin baches, mi papá encontró todo lo que necesitaba para construir La Poderosa de mi mamá y mi propia alma gemela.

Pero a pesar de que los tres somos entusiastas de las bicicletas, andar en bici no es una recreación para nosotros, es supervivencia.

Mi mamá viaja 40 minutos a su trabajo en un café en el oeste de Filadelfia, donde trabaja en la cocina. Al final de un largo día de pie, anda en bicicleta otros 40 minutos de regreso a casa. Ella monta no para hacer ejercicio, sino porque es el medio de transporte más económico. Además, su bicicleta le permite ir y venir según su propio horario y le da una sensación de control.

Montamos en el calor del verano de 100 grados, el sudor entrando en nuestros ojos. Cada vez, esperamos volver con vida, y no convertirnos en un número más en la creciente cifra de ciclistas fallecidos en las calles de nuestra ciudad.

Así es ser una familia de bajos ingresos en los Estados Unidos.

Hace dos años, estacioné mi bicicleta en un evento comunitario y me encontré con un representante del grupo 215 People’s Alliance, un colectivo local dedicado al desarrollo de la equidad y la justicia. A pesar de la opinión pesimista de mis padres de que el activismo no puede cambiar sistemas, me inscribí para dedicar la mayor parte de mi verano a las diversas causas de la alianza.

Así fue como me encontré yendo en bicicleta a actividades en toda la ciudad: administrando un jardín comunitario con jóvenes del área, defendiendo el restablecimiento de la licencia por enfermedad pagada en Filadelfia para proteger a los trabajadores, entregando alimentos a familias y registrando votantes Negros y Latinos. Si mi alma gemela tuviera un odómetro, probablemente mostraría más de 10,000 millas después de todos los viajes que hicimos durante los últimos dos veranos.

Subsistir con bajos ingresos es agotador, lo cual le deja poco tiempo a mis padres para hacer otras cosas, como ayudarme a prepararme para la universidad. Incluso si mis padres tuvieran tiempo, no sabrían por dónde empezar a navegar por el complejo sistema de educación superior de este país.

Mi meta original era asistir al Colegio Comunitario de Filadelfia, pero luego encontré TeenSHARP, un programa de acceso a la universidad que sirvió como mi asesor universitario. Su equipo me animó a soñar en grande y a trabajar duro por esos sueños, aún si requerían andar en bicicleta por toda la ciudad.

Mi alma gemela no permitió que la falta de automóvil fuera un impedimento. Me permitió viajar y conocer a personas en todo Filadelfia. Así fue como me encontré en el campus de Penn durante un recorrido universitario el pasado octubre, sentada junto a Benjamín Franklin (o por lo menos su estatua), atreviéndome a soñar con mi futuro.

Derramé mi experiencia en mi solicitud para Penn, compartiendo la visión del mundo moldeada por andar en bicicleta milla tras milla a través de una de las ciudades más grandes y con más pobreza en el país. Andar en bicicleta me abrió los ojos a las inigualdades en Filadelfia. Me empujó a luchar por un futuro en el que tener un automóvil fuera económicamente viable para nosotros. Me empujó a tener éxito en la escuela, sabiendo que el camino hacia un auto, y todas las oportunidades que representa, pasa por un título universitario.

El mejor comentario que recibí fue de uno de mis mentores el ultimo día que lo vi. “Al no tener hijos, yo creí que debería preocuparme por el futuro de nuestro país, pero cuando te conocí supe que quedaría en buenas manos”.

Aunque hay muchas cosas inciertas, les prometí a mis padres que construiría la vida que se merecen pieza por pieza, tal como lo hizo mi padre cuando armaba nuestras bicicletas.

Ahora, gracias a mi reciente matriculación a la universidad, y la subvención que cubre el 100% del costo anual de $85.738, no seré sólo una visitante de un vecindario bonito, pidiendo dulces o buscando piezas de bicicleta desechadas. Seré una residente y una estudiante en un campus de élite con hermosos senderos.

Pero igual traeré mi bicicleta.

Sarahi Franco-Morales esta estudiante a Science Leadership Academy.