Cinco meses después del accidente aéreo, el noreste de Filadelfia sigue recuperándose
Muchas familias afectadas por el accidente de avión del 31 de enero enfrentán adversidades económicas y dolor.

Un silencio poco característico inundaba la calle Rupert, en el noreste de Filadelfia, un soleado sábado por la tarde. No había niños jugando afuera, humo en las parrillas, ni vecinos escuchando música fuera de sus casas.
Ondeando en el viento, una lona azul cubría el techo de lo que es ahora una casa vacía. El triplay ha pasado a ser parte del paisaje, cubriendo las ventanas de al menos cinco casas. Mientras un auto con una grieta en forma de tela de araña en el parabrisas y con el parachoque delantero roto permanece inmutable.
En el recuento de los daños, la arrendataria Joyce Aner señala hacia la casa
abandonada frente a la suya: “Cada vez que veo esa lona azul encima del techo tengo que recordar que un cuerpo atravesó por allí”.
Casi cinco meses han pasado desde que un avión médico se estrelló en la avenida Cottman, cerca del centro comercial Roosevelt, cubriendo la calle Rupert y los bloques adyacentes con combustible de avión, partes metálicas y cuerpos destrozados.
El accidente aéreo del 31 de enero supuso una prueba crítica para la alcaldesa Cherelle L. Parker, quien entonces cumplía un año de mandato. En una reunión comunitaria llevada a cabo cinco días después del accidente, Parker aseguró a las víctimas: “Estamos aquí para ustedes”, dijo. “Superaremos este momento juntos”.
Para la mayoría de los residentes de Filadelfia, el accidente es ahora un sombrío pie de página en la historia de la ciudad. Quienes fueron directamente impactados por la tragedia, sin embargo, siguen intentando navegar las pérdidas económicas y las secuelas emocionales.
Los seis pasajeros del avión murieron en el impacto, junto con un padre de Mount Airy cuyo auto fue consumido por las llamas producto de la coalición aérea. Su prometida murió esta primavera debido a las graves quemaduras provocadas por el accidente. Y su pequeño de 9 años sigue hospitalizado con quemaduras en el 90% del cuerpo.
Más de 15 residentes y propietarios de negocios de la zona afectada le dijeron al Inquirer que todavía están bregando para poder reparar sus propiedades. Pero el tiempo sigue corriendo, los residentes deben buscar formas de ponerse al día con sus cuentas y cubrir los gastos adicionales generados a raíz del accidente. Para las familias, especialmente aquellas con niños que vieron las llamas y los cuerpos sin vida, el trauma es aún mayor.
La misma zona multicultural y multilingüe que atrajo nuevas familias inmigrantes a un lugar con alquiler asequible, ahora enfrenta una barrera particular al momento de recibir asistencia por parte de la ciudad. Quienes no son ciudadanos estadounidenses y temen a las autoridades de inmigración están en aún más desventaja.
La barrera del idioma ha resultado ser un verdadero reto para al menos cuatro familias que viven en la zona de la explosión. Los residentes que no hablan inglés se enfrentan al desconocimiento de los recursos que ofrece la ciudad. Y los saturados servicios de traducción no han logrado establecer un puente de asistencia capaz de ayudarlos a navegar las secuelas del accidente.
En una reunión comunitaria del 5 de febrero, Parker inauguró frente a cientos de residentes una iniciativa de ayuda bautizada como One Philly Fund. Hasta la fecha, el fondo sólo ha recaudado $35.000 dólares para ayudar a los damnificados que perdieron sus casas, muebles y ropa. Una cantidad muy por debajo de lo que los funcionarios de la ciudad esperaban. Agradecidos por la ayuda, los vecinos han tenido que esperar meses para recibir el poco dinero disponible.
Según la subalcaldesa Vanessa Garrett Harley, el ritmo de las donaciones disminuyó con el paso del tiempo.
“No recibimos la cantidad de dinero que yo esperaba”, dijo Garrett Harley.
“Desgraciadamente, a veces, el altruismo de la gente es más grande el primer día o dos, cuando todo el mundo está conmocionado”.
No existe un manual específico sobre cómo las autoridades de la ciudad deben responder ante una catástrofe, mucho menos cuando se trata de un avión que literalmente cayó del cielo. Pero la forma en que los dirigentes municipales y los socorristas se pusieron manos a la obra desde el inicio les valió múltiples elogios. Parker no perdió tiempo en declarar la emergencia y solicitar ayuda estatal y federal para las tareas de recuperación.
Parker, el gobernador Josh Shapiro y el secretario de Transporte de Estados Unidos, Sean Duffy (quien juró su cargo como miembro del gabinete del presidente Donald Trump solo tres días antes del accidente) visitaron el lugar del siniestro el 3 de febrero. Shapiro entonces decidió que la devastación era demasiado limitada como para solicitar a la administración Trump una declaración federal de desastre.
Para recibir fondos federales, el Estado habría tenido que “demostrar que los daños superan las capacidades de la ciudad y el Estado para responder y recuperarse de la catástrofe”, dijo Jeff Jumper, portavoz de Shapiro, en un reciente correo electrónico enviado a El Inquirer.
“Aunque el accidente aéreo causó un impacto significativo en la comunidad, el Estado no superó los daños necesarios para solicitar ayuda federal para los propietarios de viviendas, inquilinos y empresas”, declaró Jumper, que trabaja en la Oficina de la Agencia de Gestión de Emergencias de Pensilvania.
La ciudad movilizó recursos importantes: abrió lugares para ayudar a las personas a encontrar servicios de salud mental, aplicar a asistencia financiera, y obtener donaciones de ropa y tarjetas de regalo para comida. Sesiones de terapias de grupo gratuitas también se llevaron a cabo. Trabajadores municipales bilingües fueron enviados a tocar puertas para comprobar cómo se encontraban los residentes de la zona afectada. Más de 60 residentes abrieron casos con las trabajadoras sociales y alrededor de $264.000 dólares fueron destinados para ayudar a las pequeñas empresas damnificadas.
La ciudad y el estado se asociaron para abrir un centro de recursos que ayude a los residentes a presentar reclamaciones a las aseguradoras privadas por daños a la propiedad y a los autos. Un proceso largo que ha frustrado a los afectados y a retrasado la renovación.
“Intentamos hacer todo lo que estaba en nuestras manos”, dijo Garrett Harley.
Sin embargo, meses después de la catástrofe del noreste de Filadelfia, hay para quienes la asistencia sigue sin llegar.
Cada semana que pasa, residentes como Aner dicen estar perdiendo la fe de que las cosas vuelvan a ser como antes.
Aner y sus dos hijos, de 12 y 13 años, volvieron a su casa de alquiler a principios de mayo. Las maderas delgadas en las ventanas de las habitaciones de los niños hacían de los dormitorios espacios demasiado fríos para vivir allí en febrero, marzo y abril.
La casa parecía “sombría y lúgubre, como una cueva de osos”, dijo Aner, añadiendo que la compañía de seguros de su casero tardó meses en evaluar los daños.
Casi la mitad de los residentes cercanos al accidente son inquilinos como ella, lo que significa que dependen de propietarios que no viven necesariamente en el barrio para gestionar el seguro de vivienda y contratar contratistas para las reparaciones
Desde que volvió a casa, Aner no ha parado de encontrar escombros del accidente en el vecindario. Cuando sus dos perros entran desde la terraza de su patio trasero, tiene que revisarles el hocico, ya que ha encontrado pedazos de avión entre sus mandíbulas, incluido un perno metálico.
De la puerta de su casa para fuera, el vecindario luce “ más o menos como si acabara de ocurrir el incidente”, dijo Aner. “¿Cómo puedo mirar afuera sin que me recuerde como solían ser las cosas?”
“No hizo la diferencia”
Delores Brooks fue una de los 53 residentes que solicitaron asistencia del One Philly Fund, creado por la administración de Parker para “proporcionar apoyo directo a las víctimas”.
Brooks cayó por las escaleras de ambos pisos de su casa, lesionándose la espalda, mientras buscaba a su aterrorizado perro tras el accidente. La asistente de salud en el hogar, de 58 años, no pudo trabajar durante casi un mes. Sus facturas, incluido el alquiler de $1.450 dólares, rápidamente se acumularon.
A principios de febrero, Brooks aplicó para la asistencia financiera de One Philly Fund, administrado por el Philadelphia City Fund, una organización sin ánimo de lucro que acepta donaciones filantrópicas en nombre de la ciudad.
El 27 de marzo supo que recibiría $750 dólares, que llegaron a su cuenta bancaria a mediados de abril. Aunque agradecida, para Brooks la suma “no hizo la diferencia en mis cuentas”
Incluyendo a Brooks, el fondo ha repartido un total de $25.534 dólares entre 21 aplicantes para reparaciones de auto, deducibles del seguro de salud, y reemplazos de menaje de casa dañado. La cantidad más grande de ayuda económica otorgada a un solo aplicante fue de $3.000 dólares, según las autoridades.
Según Garrett Harley, el One Philly Fund fue el primer fondo de ayuda organizado por la ciudad, y “llevó algún tiempo” ponerlo en marcha. Un comité de la ciudad revisó exhaustivamente cada aplicación de asistencia.
“Dios no quiera que volvamos a tener otra catástrofe o necesitemos usarlo otra vez, pero si ese es el caso estaremos en una mejor posición”, dijo Garrett Harley, reconociendo que el fondo no dio abasto.
“Sabíamos que no sería necesariamente suficiente para cubrir las pérdidas de todos”, Garrett Harley explicó. “Creo que la mayoría de gente diría que, aunque no lo cubriera todo, cada granito de arena ayuda”.
Para la alcaldesa Parker, el accidente aéreo del 31 de enero en el noreste de Filadelfia fue una catástrofe del “cisne negro”, un acontecimiento extraordinario que requiere una respuesta masiva de la ciudad.
Desde terapias de grupo gratuitas hasta subvenciones para la recuperación de pequeñas empresas y ayudas económicas para los damnificados, estos son los recursos que la ciudad ha ofrecido hasta el momento.
“Seguimos aquí”
Una familia centroamericana fue una de cuatro familias migrantes que dijeron no saber nada del One Philly Fund ni de otras ayudas disponibles a través de la ciudad. Tres de las cuatro familias citaron el idioma como una barrera importante.
Una residente que sólo habla portugués asistió a la reunión comunitaria, pero no entendió lo que se dijo en inglés. Una familia ecuatoriana tuvo una experiencia similar. En ambos casos, se sintieron aislados.
“Quizá sólo la gente nacida aquí es la que recibe ayuda”, se preguntaba recientemente en voz alta el padre de la familia centroamericana, según su esposa.
Portugués, mandarín, creole y español son dialectos del día a día, en el bloque aledaño al accidente. Alrededor del 70% de los residentes de la zona hablan en casa un idioma distinto al inglés, según datos del censo de Estados Unidos.
La familia centroamericana huyó de su casa en el noreste de Filadelfia después de que el ala del avión se estrellara en su cocina. El Inquirer ha decidido no publicar los nombres de la familia debido a su condición de indocumentados y su temor a las autoridades de inmigración.
El padre trabaja turnos de 14 horas como carnicero, con un sueldo que apenas alcanza para pagar las cuentas. Cuando el Departamento de Licencias e Inspecciones catalogó su casa de alquiler como “insegura”, la familia tuvo que mudarse con un pariente durante tres semanas mientras el casero hacía las reparaciones.
Le pagaron $600 dólares a su familiar, además de los $1.475 que tuvieron que pagar al casero por la renta de febrero. Para cubrir los costos, el padre tuvo que pedir un préstamo a sus compañeros de trabajo. Por primera vez, no podían permitirse ni comprar fruta fresca para sus hijos, explicó la madre, de 27 años.
La mujer se enteró por los vecinos de que la ciudad estaba ofreciendo ayuda a los damnificados, pero nadie parecía saber obtenerla: “Yo preguntaba: ‘¿A quién puedo pedir ayuda?’, pero me decían: ‘Allí, allí’. Nadie sabía dónde era ‘allí’”, explica. “Tampoco hablo inglés. Sólo sé decir ‘gracias’”.
La familia no puede permitirse pagar terapia para su hija de 13 años, quien presenció cómo una víctima envuelta en llamas trataba de caminar por la calle y vio los cuerpos desmembrados colgando del techo frente a su casa.
La madre tiene convulsiones, que se hicieron más frecuentes tras el accidente. Ahora, la familia tiene un nuevo gastó: $200 dólares al mes para medicación anticonvulsiva. No tienen seguro médico.
Tratando de dar con familias con necesidades similares, la ciudad envió trabajadores bilingües al vecindario dos veces en marzo para tocar puertas y preguntar si los residentes necesitaban ayuda aplicando al One Philly Fund.
La ciudad ayudó con traducciónes para cuatro de las 53 solicitudes, en tres idiomas: chino, español y dari, una de dos lenguas oficiales que se hablan en Afganistán. La Línea de Idiomas de Filadelfia, en la que los trabajadores municipales pueden solicitar un intérprete, se utilizó para facilitar la comunicación entre encuestadores e inmigrantes, según funcionarios de la ciudad.
La madre, quien rara vez sale de casa por miedo a sufrir convulsiones, dijo no haber escuchado a nadie de la ciudad tocando a su puerta.
Desde fuera, la casa parecía estar vacía en marzo y abril, pero la familia vivía allí con las ventanas y la puerta cubiertas por una madera delgada. Sus ventanas no fueron reemplazadas hasta mayo.
“No se si todavía hay ayuda disponible, pero seguimos aquí,” dijo la madre.
Una tienda cerrada
En las horas posteriores al accidente aéreo, la propietaria de Variedades Hondumex Grocery II, Griselda Jiménez, regaló bebidas y alimentos tanto a víctimas como a socorristas. Su negocio, que solía ubicarse en la planta baja de una casa residencial de la avenida Cottman, resultó prácticamente intacto.
Jiménez esperaba reabrir Variedades Hondumex Grocery II con relativa rapidez. Pero las piezas del avión y el fuego que arrasaron con los dos pisos de la residencia que alberga su tienda tenían otros planes.
Mientras reparaban los pisos encima de su tienda, los contratistas provocaron la rotura de una tubería de agua. La fuga dañó el techo de su local y cinco refrigeradores comerciales, según Jiménez.
Lidiando con los daños y con un inglés es limitado, Jiménez no sabía a quién acudir. Una trabajadora de la Cruz Roja Americana la ayudó a rellenar la solicitud para un programa que ofrece a los propietarios de negocios locales que hayan perdido ingresos o sufrido daños una ayuda de hasta $20.000 dólares.
Aparte del One Philly Fund, la asistencia económica para pequeñas empresas llegó a través de un esfuerzo conjunto del Departamento de Comercio y The Merchants Fund, una organización benéfica con una larga trayectoria que ofrece apoyo económico a las pequeñas empresas de Filadelfia.
Hasta la fecha, 25 empresas han recibido un total de $264.205 dólares, según las autoridades municipales, alrededor de $10.000 dólares por empresa.
Jiménez dijo recibir $15.000 dólares en abril a través de la asociación de la ciudad con The Merchants Fund. Unos $5.000 dólares menos de lo que había invertido hace un año y medio para abrir Variedades Hondumex, su segunda tienda de comestibles que ofrece esquites, chicharrones y mangonadas tradicionales mexicanas.
“Todavía estoy pagando la deuda de mi tarjeta de crédito por los refrigeradores”, dijo Jiménez.
A finales de mayo, sus refrigeradores yacían desenchufados y casi vacíos, rodeados por trozos de yeso y polvo de construcción desperdigados por el suelo y sobre la caja registradora. A principios de este mes, Jimenez logró retirar sus equipos de la tienda.
La emprendedora utilizó los $15.000 dólares para invertir en un food truck, operando casi al frente de su tienda de comestibles en la avenida Castor.
“No puedo seguir en pausa, con los brazos cruzados, sin hacer nada”, dijo.
Volviendo a empezar alquilando una nueva casa
Alexis Lloyd evacuó su casa de Rupert Street después de que fragmentos del avión y partes de cuerpos atravesaran sus ventanas. Una persona sin vida cayó sobre su techo. Los bomberos tuvieron que abrir un agujero en el techo de su dormitorio para recuperar el cadáver, según Lloyd.
Casi cinco meses después de la tragedia, su casa sigue vacía y cubierta con maderas delgadas. El salón de uñas, situado en la planta baja también permanece cerrado con láminas de plástico sobre las ventanas y la puerta.
Lloyd no sabía que la ciudad había puesto en marcha un nuevo programa para ayudar a arrendatarios en su situación. Aunque se anunció en la reunión comunitaria, ella afirma que nadie de la ciudad se puso en contacto para informarle sobre sus opciones.
El programa, FreshStartPHL, una colaboración entre la ciudad y la organización sin ánimo de lucro Philadelphia Housing Development Corp., cubre el equivalente a tres meses de alquiler y hasta $1.000 dólares para gastos de mudanza. Bajo este programa, la responsabilidad de encontrar una nueva vivienda recae en gran medida en quien desea rentar una vivienda.
Hasta la fecha, FreshStartPHL ha proporcionado $19.307 dólares en fondos federales para realojar a dos familias que vivían en viviendas afectadas por el accidente aéreo, según informaron las autoridades de la ciudad.
Alexis Lloyd no era una de ellas.
Tras el accidente, ella y su hija de 8 años, Kennedy, vivieron con su madre durante un mes. Lloyd encontró un apartamento de dos dormitorios en marzo, pero la renta tiene “un aumento significativo” en comparación a los $1.200 dólares que pagaba mensualmente en Rupert Street.
Catholic Social Services, el brazo caritativo de la Archidiócesis de Filadelfia, pagó la garantía y el primer y último mes de alquiler para que Lloyd pueda rentar un nuevo lugar.
“Si no hubiera sido por Catholic Social Services, me habría quedado literalmente sin casa”, afirma Lloyd.
Lloyd, de 30 años, dijo que recibió algo de dinero del One Philly Fund, pero no quiso entrar en cifras. Sin embargo, la cantidad no fue suficiente para cubrir todo lo que perdió, dijo. A pesar de todo, se siente agradecida de que un manager de la Oficina de Community Engagement la ayudará en el proceso de aplicación. Un amigo de la familia creó un GoFundMe en su nombre que recaudó más de $40.000 dólares. Lloyd espera poder comprar una casa.
Ahora intenta rehacer su vida en un nuevo apartamento en el barrio Fox Chase, aunque es más pequeño y está más lejos de la escuela primaria de su hija.
La terapia gratuita que recibe a través de la Cruz Roja Americana está ayudando a Lloyd a superar el trauma emocional. Ella estaba en la cocina preparando la cena cuando partes de un cuerpo volaron por el comedor y la sala. Un torso aterrizó en su sofá.
Hace unas semanas, oyó una fuerte explosión en su nuevo departamento cuando se cortó una línea eléctrica. “Me asusté mucho”, Lloyd dijo. “Estaba llorando y mi corazón iba a mil por hora”.
El reportero Dylan Purcell contribuyo a este artículo.